Las Palabras.

Como pequeños, saltan y retozan constantemente, juegan, toman aire y prosiguen hasta la hora del descanso; les miro mientras descansan, algunas de ellas, les ha llegado la hora de ir al mundo, a lo desconocido, la mirada escrutadora, ajena; algunas son tomadas como hijos propios por otros, son bienvenidas, algunas, son hasta elogiadas, las otras, denostadas, quizás injuriadas, las menos, por alguien que ha visto a través de un prisma muy propio, pero todas, en su espíritu y su andar buscan y fueron educadas, entregadas para hacer el bien, listas para soportar aun la incomprensión.

Luego, al tiempo les vuelvo a ver, crecidas, casi desconocidas porque ya no me pertenecen, les entregué al mundo donde corresponde estar por su naturaleza; me enorgullecen, no hay tristeza en la despedida, allá van, donde les envié, ya no son mías, son de todos.

Vuelvo a mirar las que quedan, algunas buenas, dicen otros, algunas malas, también dicen ellos; pero aun las malas, tiene su momento, más íntimo y más discreto, pero igualmente su hora; entre sí, son parecidas a sus hermanas, las que han ido, las que vendrán, se parecerán igualmente, pero todas han sido cuidadas para el bien, si alguna has visto, equivocadamente para lo que no fue educada, reprímela sin pena, pero con respeto, porque siguen siendo, mis hijas, mis palabras.