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7 de abril de 2008

Así se empieza

Por Raúl Rivero
Sobre la cabeza de Hugo Chávez no aparece una bomba negra con la mecha encendida. Ni un cheque en blanco, ni el cargador mortal de un AKM. Lo que se ve son las inofensivas orejas del ratón Mickey dibujadas por John Hench, en 1928, bajo la mirada de un Walt Disney todavía pobre y soñador.
Fue el azar de un instante, una combinación de luces y sombras que el fotógrafo vio de pronto en la lente de su cámara una noche en Brasil. Fue un hecho casual o una negligencia. Eso nada más, y la decisión de un editor de poner a circular la foto como un producto curioso en medio de tanto retrato dramático y tantas escenas de guerra y de terror.

La imagen del presidente venezolano sonriente, alegre, distendido, con esas esferas oscuras en lo alto de su ilustre figura, ha abierto otra trinchera en una larga y variada batalla de ideas promovida por algunos gobiernos de América para justificar la combinación de torpeza y atropello de su gestión.
La ocurrencia del reportero de Reuters y la anuencia de sus jefes en Londres, ha provocado una corriente de indignación y furias en el entorno de Chávez. La foto, para su equipo de prensa, es un intento de desprestigiar al jefe del Estado y un claro episodio de terrorismo mediático.

Ya se sabe quién se mueve detrás de esa maniobra porque, según los medios chavistas, representantes de la agencia inglesa acuden a reuniones del Pentágono para diseñar la agenda informativa mundial.
Unos días después, otro frente de guerra. En Argentina. Uno de los más famosos y reconocidos dibujantes de ese país, Hermenegildo Sabat, publicó en el diario Clarín una caricatura de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de la república.

La señora había pronunciado cinco discursos en ocho días (los últimos, por cierto, en un tono muy humilde ante unos empecinados huelguistas del campo argentino) y el artista le puso una equis en la boca. Le añadió a la imagen, en una parte del rostro, el perfil de Néstor Kirchner, su esposo y ex presidente de la nación.
Ella olvidó la humildad, enmarcó el combate en el plano civil y equiparó a los editores con militares golpistas. Enseguida dijo que el mensaje del ilustrador tenía un contenido cuasi mafioso.

Estas pequeñas historias hacen pública la excelente opinión que tienen de ellos mismos estos dos políticos. Pero el riesgo real consiste en la posibilidad de asistir al brote de una tendencia -conocida en otros ámbitos- dedicada a santificar, endiosar y hacer invisibles las flaquezas de dos pobres seres humanos.

En el campo socialista estaban prohibidas las caricaturas de los dirigentes (esa ley está vigente en Corea del Norte, Cuba y China) y a José Stalin no se le podía retratar acostado porque los servidores del pueblo no descansan nunca.

(Publicado en El Mundo el 7 de abril de 2208)

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