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6 de marzo de 2007

LA MALA SUERTE DE OLIVERA Por Tania Quintero, desde Lucerna

No por haber nacido un 8 de septiembre, día en que todos los cubanos veneramos a nuestra patrona nacional, la Virgen de la Caridad del Cobre, Jorge Olivera Castillo debería ser un hombre afortunado. Él merece que le dejen vivir en paz porque es un hombre bondadoso, honesto y sensible.

El 4 de agosto de 2003, desde una celda del Combinado Provincial de Guantánamo, a casi mil kilómetros al este de la capital cubana, Olivera me escribió:

“Tania: Te escribo rememorando aquellos días en que nuestro trabajo transcurría entre cámaras y videotape. ¿Quién iba a pensar en que nuevamente coincidiriamos en este otro contexto? El destino es indescifrable como ciertos jeroglificos, dotado en ocasiones de esa magia que logra sorprendernos.

“Hoy solo veo el paisaje a través de una ventana y el aire apenas me visita, dos realidades que se derivan de un encierro en un lugar torrido y distante. Por más que las adversidades intentan ocupar mi campo visual puedo distinguir la esperanza, esa virtud que sostiene y eleva el ánimo. Al menos puedo escribir cartas y con ello fulminar la lejanía, además de constatar el aprecio por personas que ocupan un sitial en la reducida área del talento y la honestidad.

“Tuve la oportunidad de leer un bodrio donde un personaje se atreve a decir que no eres periodista. ¡Qué infamia! No obstante, de aquí parten mil aplausos por esas excelentes crónicas tuyas que bendicen las cuartillas con amor y profesionalidad. Iván, tu hijo, es otro descollante comunicador, en mi tiene un fiel admirador de sus interesantes temas desarrollados con singular maestría narrativa.”

Respuesta:

Con fecha 18 de agosto/03 le envié por correo una larga carta mecanografiada al Combinado de Guantánamo, cárcel donde presos politicos y comunes cumplen sus penas en infrahumanas condiciones. Situación, por cierto, ignorada por una opinión pública internacional ahora sensibilizada con los supuestos talibanes recluidos en la Base Naval de Guantánamo y que olvida que tras el 11-S el gobierno de Estados Unidos consultó con el de Cuba la posibilidad de llevar hacia la base militar a los sospechosos detenidos por terrorismo y Fidel Castro dio su visto bueno.

Lo más probable es que Olivera no recibiera mi carta, por ello reproduzco un fragmento:

“Olivera, nuestra amistad data de 1989-90, cuando comenzaste a editar conmigo Puntos de Vista. Tu fuiste el editor de los dos últimos programas que hice, a principios de 1991: Guajirito soy, con la participación de Silvio Rodriguez, y Las bicicletas, donde entrevistaba al Embajador de Holanda, un hombre altisimo apasionado por los Tours de France.

“En los cinco años que laboré como realizadora de Puntos de Vista (1987-91), a los editores los escogí por su paciencia, buen carácter y profesionalidad. En tu caso fue muy valioso el oido musical que posees. Si mal no recuerdo, en aquella época tocabas en una orquesta. Ha pasado el tiempo y no te olvido a ti, ni a toda la gente buena de la televisión cubana.

“Lástima que en 1989, cuando hice La pelota, aún no eras mi editor. Pero tuve la suerte de que Maelia Divó me lo editara, recordarás cuán aficionada al beisbol era. Fue Maelia quien me habló de Frank Romero, técnico en el Master.
El año pasado salía yo de casa de Ricardo González Alfonso y en la esquina de 86 y 9na, Miramar, cuando iba a cruzar hacia la parada, veo venir un hombre en bicicleta que al verme se detiene. Era Frank. Se puso contentísimo y me dijo que para él, era un orgullo decir que fui yo quien le abrió el camino de la creación en cine, televisión y video. Para mí, querido Olivera, ésas son las opiniones que tienen valor”.

Ensañamiento:

¿Por qué la Seguridad del Estado se ha ensañado con Jorge Olivera Castillo? En 1981, un año después de haberse graduado como técnico medio en transmisiones en el instituto politécnico Osvaldo Herrera, fue reclutado para pasar el servicio militar y enviado a Angola. Alli estuvo hasta 1983.

Su vida laboral comienza en el Instituto Cubano de Radio y Televisión. Tras un curso de adiestramiento, recibe un certificado que le capacita para trabajar como técnico, grabador y editor en el Departamento de Video Tape de la TVC. Posteriormente sería escogido para integrar el equipo de editores de los Servicios Informativos y quienes, entre otras, tenían la responsabilidad de editar los noticieros y las noticias gubernamentales.

A Olivera todos en el ICRT lo recuerdan como un mulato alto, afable y callado. A nada decía que no, siempre con una sonrisa en los labios. En 1991, cuando durante dos semanas mi hijo permaneció detenido en Villa Marista, acusado de “propaganda enemiga”, Olivera, en ese momento trabajando de editor conmigo, no solo fue de las pocas personas que lo supo sino fue con quien mas hablé al respecto aquellos días.

Ni él, ni yo éramos disidentes, ni nos habíamos propuesto serlo. En 1993 me lo encontré en la cola de la ruta 37, en Santa Catalina y Párraga, y ahí fue cuando supe que ya no estaba en el ICRT y se había unido a un organización sindical independiente. Recuerdo que le dije:

-Olivera, ten cuidado, no te confíes, tu sabes que todos esos grupos están penetrados por el G-2.

No volvimos a vernos hasta 1995, cuando él me visitó en la casa para decirme que habia decidido formar parte de la agencia de periodismo independiente Habana Press. Uno o dos meses más tarde yo tomaría una decisión similar y me sumaría a Cuba Press, recién fundada por Raúl Rivero.

Aunque en distintas agencias, a menudo hablábamos: en esa época vivía por Lawton, relativamente cerca de mi domicilio. Con particular intensidad recuerdo los días de febrero de 1997, cuando nos hicieron aquellos fascistas mítines de repudio. Pero para quien tuvo peores consecuencias fue para Olivera: su suegra no lo quiso más en la casa. Y comenzó un tormento para él y su familia.

Logró rehacer su vida con Nancy Alfaya, buena y valiente mujer. Al límite de lo que un ser humano puede soportar, en octubre de 2002 decidió acogerse al programa para refugiados ofrecido por los Estados Unidos. Fue aprobado junto con su mujer, el hijo de ella y su hijo mayor.

Cuando parecía que por fin la vida le iba a sonreír, el 18 de marzo de 2003 Jorge Olivera sería uno de los 75 opositores arrestados y en una de las parodias de juicios que por aquellos días se celebraron, condenado a 18 años de prisión.

Sin haberlo solicitado, el 6 de diciembre de 2004 le concedieron una licencia extrapenal por razones de salud. Catorce meses después, un juez que cumple órdenes, le citó y amenazó con meterlo de nuevo en la cárcel si no empezaba a “trabajar para el gobierno” y dejaba de escribir. El juez que cumple órdenes le dijo que no puede asistir a eventos públicos ni salir de La Habana, la ciudad donde nació el 8 de septiembre de 1961.

Todo parece indicar que lo que ocurrido a Jorge Olivera es una nueva modalidad represiva. Una más, de las muchas, aberrantes o sutiles, que pone en práctica el Ministerio del Interior y su Departamento de Seguridad del Estado.

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