Hablé ayer con Basilio Baltasar, que me llamó para preguntarme si quiero ir a recoger el premio en tu nombre. Estoy seguro de que además de los organizadores de la ceremonia hay varias personas detrás de esa amable sugerencia de invitarme. Por supuesto, agradezco sus gestiones, pero la opinión que realmente me importa –y por la que primero pregunté– es la tuya.Sé que entenderás mi reticencia inicial: esta noche, cuando me avisen que debo subir a recoger tu premio y recibir unos flashes que no son para mí, también me tocará digerir la sensación de estar usurpando algo ajeno.
No se trata de un arranque de humildad, virtud que —modestia aparte (y nunca mejor dicho)— no suele adornarme. Haciendo uso inmediato de ese recurso cronológico que reconforta la vulgaridad del ego (¡qué sería de los blogs, en definitiva, sin un ego que explayar!), me basta con teclear ahora mismo “Generación Y” en la casilla del Search y ver desfilar cosas como: “22 de mayo del 2007. Generación Y: un buen blog desde Cuba. (Y que conste que esos me los miro con lupa)”. O bien: “Definitivamente, Generación Y sigue siendo el mejor de los blogs escritos desde La Habana” (el 21 de septiembre del 2007).
Todavía no había escrito The New York Times ni el Wall Street Journal; las agencias dormitaban, la televisión tardaba y en El País nadie se había enterado; Time no había hecho su primer borrador de los 100 personajes más influyentes y El Nuevo Herald estaba demasiado ocupado para hablar de bloggers. Pero en definitiva, se trata un poco de eso: de saber que la noticia —o algo muy parecido a la vocación primigenia del periodismo— también habita fuera de los periódicos. Sobre esa vida en otra parte toca citar a mi querido Arcadi Espada, recordándome que los buenos diarios siguen siendo, además de una idea del mundo, un “guión del día”, ese relato matutino de “lo que ha pasado”, y que por eso cualquier blogger más o menos serio está obligado a mirar hacia atrás y hacia arriba para cruzar la calle (o la autopista). Aunque tú tienes a “la abuelita”, que te disculpa de tales menesteres y te permite una prosa más limpia, sin duda te corresponde el gran mérito de haber demostrado que desde Cuba también se puede.
Ya sabes lo que pienso de tu blog, lo que pensaba hace un año: has hecho un trabajo admirable, en una zona inédita, y todos los cubanos deberíamos agradecer tu voluntad y tu entereza. Como buena lectora de novelas, sabrás también que mientras más súbita es la fama, mayores odios convoca, empezando por las bajas pasiones de quienes han decidido que no estés en el podio que te toca esta noche. Son los mismos que hace meses decidieron quitarte unos lectores a los que tú puedes mirar dignamente a la cara —y ellos no. Los mismos que mantienen a varios periodistas independientes en prisión por haber opinado, con menos éxito y repercusión internacional, sobre la realidad de nuestro país. Los mismos mediocres.
Más allá de las habituales suspicacias que escoltan estos asuntos, algunos comentaristas se empeñan hace tiempo en advertirme acerca de un futuro “caso Yoani”: quizás dentro de unas semanas —o unos meses— alguno de esos papagayos de la Mesa Redonda con mayúsculas dirá que la CIA está detrás del Premio Ortega y Gasset, vendrá un aburridísimo desguaze público de tu expediente, ese señor que te sigue los pasos contará con metáforas policiales tus recorridos habaneros y cualquier tonto útil vendrá a sumarse para hablar de la “política anticubana” del grupo PRISA, la manipuladora prensa capitalista y sandeces similares. Algo de eso anda por ahí. Ojalá se equivoquen los pesimistas, ojalá nunca haya un “caso Yoani” y se cumplan, en cambio, los mejores augurios del más optimista de los corresponsales extranjeros; ojalá dentro de unas semanas cualquier cubano pueda viajar a donde le plazca sin tener que pedir permiso, sin convertir un derecho en dádiva o en signo de los tiempos.
Aún cuando ello suceda, mi querida amiga, esta noche ya no será tu noche, y yo no podré invitarte mañana a pasear por las nuevas salas de El Prado ni acompañarte a la exposición que el Cervantes ha dedicado a Severo Sarduy. La libertad, o más bien la falta de ella, suele adquirir esos matices irreparables de una tragedia íntima, más disonante en medio de un extraño coro mediático que anuncia cambios, nuevos rumbos y, sobre todos, muchas inversiones: tu cambio se quedó esta noche en algún bolsillo, en alguna oficina donde alguien decidió robarte una fiesta merecida. En fin, que el balance será injusto como quiera que se vea: frustración habanera para ti y puente aéreo para mí.Espero, al menos, que ese injusto intercambio de roles sirva para mostrar, casi mejor que cualquier anécdota o reflexión política, lo que desde hace mucho sufrimos los cubanos, los de adentro y los de fuera: los que se desesperan y cogen una balsa, los que hacen cola en una lotería de visas, los que sueñan con reencontrar a un hijo separado por 45 minutos de avión y 50 años de mentiras, pero también los que se fueron para siempre en 1959, los que emigraron por el Mariel en 1980, los que salieron pensando en regresar y 20 años después se preguntan qué cara tendrá aquel familiar o cómo fue que nunca le concedieron autorización para ver a su madre enferma de cáncer, o por qué los obligaron a mendigar en consulados un permiso insultante, o a tener que elegir entre una cárcel en Canaleta y un exilio europeo.
Ahora entenderás mejor, supongo, a qué me refería con lo de “usurpación”. Tú no estarás esta noche, yo escucharé tu discurso y luego subiré al estrado en tu nombre con mi mejor traje. No te preocupes, tendrás todos los detalles. Pero esta carta es pública porque hace falta decir que ese país del que hoy no te dejan salir —y que yo llevo 17 años sin pisar— te debe algo más que una disculpa. Te debe una noche como esta noche, y espero que algún día podamos celebrarla juntos, paseando por La Habana, en alguna exposición dedicada a Sarduy, o a Cabrera Infante, o a Reinaldo Arenas, y que luego salga la crónica en algún periódico dirigido por Raúl Rivero, o firmada por alguno de los 22 periodistas que hoy están en prisión, y que también podamos invitar a una cerveza a Néstor Pérez, ese muchacho del que hablabas el otro día, expulsado con 25 años de la Universidad de Pinar del Río por escribir en una revista independiente, y que acabemos cenando en tu casa alrededor de esa mesa donde ya no esté la silla vacía de tu tío Adolfo Fernández, preso desde la Primavera Negra del 2003.
Porque si bien esta noche en Madrid promete ser muy glamorosa, la nuestra, querida Yoani, esa noche de fiesta habanera que te debo, la noche que algún día despedirá la Noche, seguro que será mucho mejor.
Un abrazo,
Ernesto Hernández Busto
Barcelona
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Qué Opinas?