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20 de octubre de 2011

Sin mordaza y sin tarifa. Por Esteban Fernández

SIN MORDAZA Y SIN TARIFA
Por Esteban Fernández.


No, no voy a robarme esta frase tan usada por Aldo Rosado desde que escribía “Cantaclaro” aquí en California, aunque la he considerado mi premisa también.  Siempre he creído firmemente que el que paga manda, y por lo tanto, pone y quita mordazas.
Casualmente al lanzar  estas líneas­,  se cumplen 44 años de escribir esta columna y me quiero dar el lujo de repetir que NUNCA he recibido un solo centavo por ella. Aunque quizás lo cierto debía ser al revés: los lujos me los pudiera dar si hubiera cobrado por mi trabajo.
Sencillamente toco el tema porque mucha gente no me lo cree,  y a menudo me llegan comentarios de amigos que me dicen: ¡Compadre, estás haciéndote rico escribiendo!… Y yo me muero de la risa. Mi respuesta  siempre es la misma: “Toda la fortuna que he acumulado escribiendo se la dono en su totalidad al que diga, sostenga, y PRUEBE, que he ganado  simplemente un par de dólares por el mas humilde de mis escritos”. 

Hoy les voy a dar los nombres de los directores y el de las publicaciones donde escribo: Abel Pérez del 20 de Mayo, Demetrio Pérez de Libre, Antonio Purriños  de La Voz de Miami Beach, Lorenzo del Toro de la revista Ideal,  Enrique Bin de la revista La Villa, Marianito Domínguez de Ecos del Mayabeque.  Mis artículos aparecen también en  los blogs de Zoé Valdés, Liú Santiesteban, Pedro Pablo Arencibia de Baracutey, Iliana Curra, Nuevo Acción de Aldo Rosado, y Guillermo Milán, desde Suecia. Si alguien consigue declaraciones de cualquiera  de ellos sosteniendo que me entregaron unos solitarios pesos mexicanos,  yo le doy mil dolares al que lo compruebe  y cinco mil a cada uno de los que me pagaron.

Hace más o menos tres años,  un amigo de la niñez llamado Felipe Álvarez de la Editorial Betania,  me escribió unas bellas líneas halagando mis artículos. Estaba muy entusiasmado,  me prometió ponerlos en una afamada revista y me manifestó que me enviaría un cheque cada vez que fueran publicados. Le respondí: “Muchas gracias, mi hermano, puedes hacer con mis escritos lo que desees, un abrazo, Estebita”. Y más nunca supe de Felipito.

En ese sentido yo tuve el gran ejemplo de un tremendo escritor y orador  llamado Octavio R. Costa (Q. E. P. D.), quien era un profesional de la pluma.  Durante varias décadas,  Don Octavio tuvo una columna fija y diaria en el periódico mexicano “La Opinión” del cual recibía un salario. Cuando me encontraba con él en los actos públicos me decía: “Te felicito, Estebita, dichoso tu que dices lo que te venga en ganas; yo tengo que ser mucho más discreto y recatado en mis opiniones”…

En la misma época en que luchabamos en Los Ángeles enfrentándonos en peleas callejeras con los comunistas y castristas locales, se apareció en la ciudad un norteamericano que  me citó para el Federal Building.  Me entregó las llaves de una oficina,  me dijo que yo era el encargado de Radio Martí en California y que devengaría un magnífico sueldo. Seguidamente añadió: “Desde luego, ahora eres un empleado federal y debes evitar participar en disturbios públicos” Ahí mismo le devolví las llaves.

Y cuando vivía en casa de Carlos Zarraga- comiéndonos un cable- se apareció un “cubano americano” representante de la C.I.A. preguntando por los telegrafistas Jorge Riopedre y por mí. Nos ofreció un salario a cada uno.  ¿Para hacer qué? Para hacer NADA. Simplemente debíamos abandonar al Capitán Vicente Méndez.  Para embullarnos nos dijo: “Si quieren luchar por Cuba,  pueden irse a los campamentos de Manuel Artime”. Le respondimos que “con nosotros estaba perdiendo su tiempo y  que nosotros no teníamos tarifa”… ¿Convencidos todos?

Amabilidad del autor
Muchas gracias Estebita.

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