Homenaje a las víctimas del Remolcador 13 de marzo en Cuba. (West New York, foto de Geandy Pavón.) |
Texto leído por Enrique del Risco, en la conmemoración del 20 aniversario del hundimiento del remolcador "13 de Marzo" en el Donnelly Park de West New York, NJ: (12 de Julio de 2014)
Hoy es la víspera del 20 aniversario del que posiblemente sea el crimen más horrendo y alevoso de la historia cubana. Setenta personas que intentaban escapar de la isla en el remolcador 13 de Marzo fueron emboscadas a la salida de la bahía de La Habana por tres embarcaciones, bombardeadas con cañones de agua y luego hundidas tras varias embestidas. Y todo esto a pesar de que a los atacantes se les hizo saber que en el remolcador viajaban decenas de mujeres y niños. Según testimonios de los sobrevivientes, a los atacantes no les bastó con hundir el remolcador sino que después, en lugar de ofrecer asistencia a los que aún flotaban en el mar aferrados a los restos del naufragio, navegaron en círculos a su alrededor tratando que el torbellino creado terminara por ahogar a los que todavía pugnaban por salvarse. Si algo impidió que consumaran la masacre, fue la cercanía de un barco de bandera griega, ante la cual hicieron entrar en escena una nave del servicio de guardacostas cubano que rescató a los sobrevivientes. Treinta y siete fueron las víctimas de este crimen, entre ellas diez niños y trece mujeres, sin que desde entonces nadie haya sido enjuiciado por ello. Extrañamente, ni uno sólo de aquellos cadáveres fue rescatado, y ya ese simple hecho bastaría para suponer un plan decidido de antemano en sus más pequeños detalles.
En lugar de la justicia más elemental, este crimen vino acompañado por insistentes esfuerzos de la maquinaria de propaganda del régimen cubano por demostrar que no había más responsables de la muerte de tantas personas que las propias víctimas. Fidel Castro en persona justificó el asesinato de esas 37 personas al afirmar que:
“El comportamiento de los obreros –se refería a los asesinos– fue ejemplar porque trataron de que no les robaran su barco. ¿Qué les vamos a decir ahora –se preguntaba retóricamente– que dejen que les roben los barcos, sus medios de trabajo? ¿Qué vamos a hacer con esos trabajadores que no querían que les robaran su barco, que hicieron un esfuerzo verdaderamente patriótico, pudiéramos decir, para que no les robaran el barco? ¿Qué les vamos a decir?”.
El régimen cubano –que, sin dudas, había planificado minuciosamente el asesinato en lugar de atajar los planes de fuga que seguramente conocía en detalle– insistió en que la causa del hundimiento fue accidental mientras los obreros intentaban recuperar sus medios de trabajo. Desconoció todas las evidencias acumuladas en contra de su versión. Desconoció, como suele hacerlo, la lógica, y quiso demostrar que, incluso sin el choque supuestamente accidental de las naves que perseguían al remolcador, este se hubiera hundido sin remedio unas millas más allá de donde lo hizo. Con lo único que no contó el régimen fue con el valor de varios de los sobrevivientes que hicieron esfuerzos increíbles para que llegara hasta nosotros su versión de los hechos. Uno de los rituales más antiguos del calendario cívico cubano es que cada 27 de noviembre se recuerde que ocho estudiantes de medicina fueron fusilados en 1871, en los días de la primera guerra de independencia, tras un juicio amañado, en el que habían sido acusados de un crimen que no cometieron. La conmemoración de dicha fecha fue un símbolo de resistencia en tiempos en que Cuba seguía sometida al yugo español, o de resistencia a la injusticia durante la etapa republicana. Sin intentar ponerle gradaciones a la infamia, podemos decir que la masacre del remolcador 13 de Marzo es un crimen todavía más repugnante, y no sólo porque allí perecieron casi cinco veces más personas que en el caso de los estudiantes. Si el crimen de los autores del plan de fuga del remolcador fue intentar escapar de una miseria espantosa y buscar para ellos y para sus familias una vida mejor y con más sentido que la que le ofrecía la dictadura cubana, ¿cuál fue el crimen de los niños que apenas sí entendían lo que estaba sucediendo a su alrededor? Los estudiantes de 1871 fueron juzgados y condenados por un crimen que no cometieron, pero las víctimas del remolcador fueron juzgadas y condenadas a muerte antes incluso de que abordaran la embarcación en el puerto de La Habana.
Las razones que nos convocan aquí son tantas como las personas que están aquí reunidas, si no más, pero hay unas cuantas que nos conciernen a todos, empezando por que las esperanzas que fueron truncadas aquel 13 de julio no son muy diferentes a las que nos han traído a nosotros a estas tierras y, en ese sentido, no somos ajenos a las culpas de las víctimas del remolcador. Nos reúne –más allá de la convicción política de cada cual– el deseo común de que algún día se haga justicia para ellos y sus familiares, de que algún día Cuba sea un país de donde la gente no trate de fugarse como de una prisión y donde, a los que escapan, no se les trate peor que a los fugitivos de una cárcel. Pero nos reúne sobre todo la convicción de que ser cubano no contrae necesariamente la resignación ante la injusticia y el crimen, la indiferencia hacia el destino de compatriotas menos afortunados que nosotros. Nos reúne el deseo de que la palabra “patria” no sea un pretexto para odiarnos más, sino para entendernos un poco mejor. Ya que no pudimos impedir el primer asesinato de las víctimas del remolcador, o ese segundo crimen que fue el de intentar culpar a las víctimas de su propia muerte, queremos al menos evitar un crimen aún más perdurable, que es el de su olvido. Estamos aquí por las víctimas del remolcador y por millares de cubanos que han muerto de una u otra forma intentando alcanzar su libertad, y por nosotros mismos que sabemos, luego de alcanzarla, que todavía no es suficiente. Muchas gracias.
Hoy es la víspera del 20 aniversario del que posiblemente sea el crimen más horrendo y alevoso de la historia cubana. Setenta personas que intentaban escapar de la isla en el remolcador 13 de Marzo fueron emboscadas a la salida de la bahía de La Habana por tres embarcaciones, bombardeadas con cañones de agua y luego hundidas tras varias embestidas. Y todo esto a pesar de que a los atacantes se les hizo saber que en el remolcador viajaban decenas de mujeres y niños. Según testimonios de los sobrevivientes, a los atacantes no les bastó con hundir el remolcador sino que después, en lugar de ofrecer asistencia a los que aún flotaban en el mar aferrados a los restos del naufragio, navegaron en círculos a su alrededor tratando que el torbellino creado terminara por ahogar a los que todavía pugnaban por salvarse. Si algo impidió que consumaran la masacre, fue la cercanía de un barco de bandera griega, ante la cual hicieron entrar en escena una nave del servicio de guardacostas cubano que rescató a los sobrevivientes. Treinta y siete fueron las víctimas de este crimen, entre ellas diez niños y trece mujeres, sin que desde entonces nadie haya sido enjuiciado por ello. Extrañamente, ni uno sólo de aquellos cadáveres fue rescatado, y ya ese simple hecho bastaría para suponer un plan decidido de antemano en sus más pequeños detalles.
En lugar de la justicia más elemental, este crimen vino acompañado por insistentes esfuerzos de la maquinaria de propaganda del régimen cubano por demostrar que no había más responsables de la muerte de tantas personas que las propias víctimas. Fidel Castro en persona justificó el asesinato de esas 37 personas al afirmar que:
“El comportamiento de los obreros –se refería a los asesinos– fue ejemplar porque trataron de que no les robaran su barco. ¿Qué les vamos a decir ahora –se preguntaba retóricamente– que dejen que les roben los barcos, sus medios de trabajo? ¿Qué vamos a hacer con esos trabajadores que no querían que les robaran su barco, que hicieron un esfuerzo verdaderamente patriótico, pudiéramos decir, para que no les robaran el barco? ¿Qué les vamos a decir?”.
El régimen cubano –que, sin dudas, había planificado minuciosamente el asesinato en lugar de atajar los planes de fuga que seguramente conocía en detalle– insistió en que la causa del hundimiento fue accidental mientras los obreros intentaban recuperar sus medios de trabajo. Desconoció todas las evidencias acumuladas en contra de su versión. Desconoció, como suele hacerlo, la lógica, y quiso demostrar que, incluso sin el choque supuestamente accidental de las naves que perseguían al remolcador, este se hubiera hundido sin remedio unas millas más allá de donde lo hizo. Con lo único que no contó el régimen fue con el valor de varios de los sobrevivientes que hicieron esfuerzos increíbles para que llegara hasta nosotros su versión de los hechos. Uno de los rituales más antiguos del calendario cívico cubano es que cada 27 de noviembre se recuerde que ocho estudiantes de medicina fueron fusilados en 1871, en los días de la primera guerra de independencia, tras un juicio amañado, en el que habían sido acusados de un crimen que no cometieron. La conmemoración de dicha fecha fue un símbolo de resistencia en tiempos en que Cuba seguía sometida al yugo español, o de resistencia a la injusticia durante la etapa republicana. Sin intentar ponerle gradaciones a la infamia, podemos decir que la masacre del remolcador 13 de Marzo es un crimen todavía más repugnante, y no sólo porque allí perecieron casi cinco veces más personas que en el caso de los estudiantes. Si el crimen de los autores del plan de fuga del remolcador fue intentar escapar de una miseria espantosa y buscar para ellos y para sus familias una vida mejor y con más sentido que la que le ofrecía la dictadura cubana, ¿cuál fue el crimen de los niños que apenas sí entendían lo que estaba sucediendo a su alrededor? Los estudiantes de 1871 fueron juzgados y condenados por un crimen que no cometieron, pero las víctimas del remolcador fueron juzgadas y condenadas a muerte antes incluso de que abordaran la embarcación en el puerto de La Habana.
Las razones que nos convocan aquí son tantas como las personas que están aquí reunidas, si no más, pero hay unas cuantas que nos conciernen a todos, empezando por que las esperanzas que fueron truncadas aquel 13 de julio no son muy diferentes a las que nos han traído a nosotros a estas tierras y, en ese sentido, no somos ajenos a las culpas de las víctimas del remolcador. Nos reúne –más allá de la convicción política de cada cual– el deseo común de que algún día se haga justicia para ellos y sus familiares, de que algún día Cuba sea un país de donde la gente no trate de fugarse como de una prisión y donde, a los que escapan, no se les trate peor que a los fugitivos de una cárcel. Pero nos reúne sobre todo la convicción de que ser cubano no contrae necesariamente la resignación ante la injusticia y el crimen, la indiferencia hacia el destino de compatriotas menos afortunados que nosotros. Nos reúne el deseo de que la palabra “patria” no sea un pretexto para odiarnos más, sino para entendernos un poco mejor. Ya que no pudimos impedir el primer asesinato de las víctimas del remolcador, o ese segundo crimen que fue el de intentar culpar a las víctimas de su propia muerte, queremos al menos evitar un crimen aún más perdurable, que es el de su olvido. Estamos aquí por las víctimas del remolcador y por millares de cubanos que han muerto de una u otra forma intentando alcanzar su libertad, y por nosotros mismos que sabemos, luego de alcanzarla, que todavía no es suficiente. Muchas gracias.
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