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7 de mayo de 2008

DISCURSO SIN MELODÍA EN FA

Por Marta Tapia García
Algo le había quedado bien claro al regreso de la visita a Manuel y María. Aquellos ancianos habían trabajado toda la vida como esclavos, en el campo y en las labores de la casa. Procrearon 5 hijos de los cuales ya 3 estaban muertos, y los vivos, tenían sus familias y no podían invertir tiempo en saber de sus ancianos padres, por eso; estaban solos, abandonados a su suerte, que no era mucha, por el aspecto que ambos tenían.

Aunque ya tenía un anticipo de lo que sería su vejez, no era lo mismo palparlo en vivo y directo.

Como inmigrante, no tendría ni siquiera la suerte de esos ancianos que tenían su vivienda propia y su pensión, a ella le esperaba la calle, sin dinero, una vez que se terminara la suerte de tener trabajo. Ya había tenido varios avisos que no sabía de donde le llegaban, pero como siempre, eran inequívocos:

Primero fue aquella pesadilla con su propia muerte, donde se veía en la mesa de Morgagni, y el patólogo inyectando en su vena del brazo, aún con fluido sanguíneo, un líquido blanco y espeso; según podía escuchar desde una esfera extracorpórea, era para que acabara de morir y no sufriera cuando la tierra le cayera encima y la asfixiara. Aquella situación en la que nada podía decidir, la hizo recurrir a pensar en un último deseo y como por arte de magia, pudo ver algunos de los lugares donde había vivido en su tierra natal y eso la hizo despertar.

Todo fue un sueño dentro de otro sueño, pero en su íntimo delirio todo pareció que estaba ocurriendo realmente.

El segundo aviso fue una pena profunda, real, perfectamente diferenciada de la que sentimos cuando nos hieren los que queremos; esa no es de verdad, esa la podemos bloquear con la pasión de la venganza o con el infinito perdón de nuestra parte buena y sensiblera.

Ahora sólo faltaba llegar al final de su carrera por la vida, la retirada de la pantalla grande; y pasaría a ser el despojo humano de todos los que llegan a la ancianidad, cuando no nos conceden la dignidad del respeto, de la consideración y del amor.

Estaba entrando en la edad en que nos re-evaluamos y nos vemos tan desgastados por el ir y venir que no nos ocupamos de nuestra apariencia. Aquella en que ya los demás desconfían de nuestras facultades y dicen entre bastidores que estamos artero-escleróticos y ya no damos la talla, y hasta se van apartando de ti como si tuvieras La Peste.

Las tetas están avergonzadas de haber sido y descienden puntas abajo para no verse en el espejo. El antiguo, poblado Monte de Venus esta casi calvo, pálido y flácido como si hubiese salido de un campo de concentración
Nazi. Las piernas, abultadas en las rodillas y tobillos, están llenas de esas raicillas azules de las varices y duelen la mayor parte del tiempo. La cara toma ese aspecto triste de surcos descendentes y ojeras con manchas café con leche que no es capaz de aceptar ni tu propia compasión, y la espalda, pobre espalda , cansada de cargar con lo que hay entre ella y las tetas, se encorva dolorosamente para tratar de que sólo demos la vista de frente desde un plano más bajo , un último intento de esconder la cara , las tetas y el Montesito .

Pero,¿Qué pasa con el Alma? Porque la muy cabrona no envejece parejamente con el cuerpo y quiere seguir siendo la protagonista, premio Oscar, a la mejor intérprete; no se da por enterada que ya nadie se va a ocupar de ella, que la vejez es sinónimo de zombi, que ya nadie le interesa ni tu poesía, ni tu música ni tus opiniones ni tu inmenso caudal de ternura y amor, que escondes por miedo a que sean motivo de burla profana.

Había pasado horas cavilando en todo este depresivo y morboso status camino de regreso a la casa, cuando una chica de unos 20 años, sin piernas y en un sillón de ruedas le pidió un euro para desayunar, era evidentemente una drogadicta, estaba algo borracha y por el olor que despedía se notaba que hacía mucho no se daba un baño, así que le dio la limosna de 2 euros y la chica rodó calle abajo con su espléndida sonrisa del porro seguro y despreocupación por el mañana.

Cachita.

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