Por Tania Quintero
Si hay un lugar ligado a mi infancia es el Parque Central y la estatua del Apóstol. Cursé la enseñanza primaria en la escuela pública no. 126 Ramón Rosaínz, situada en Monte y Pila, Cerro. Los 28 de enero en vez de la saya azul prusia del uniforme, las alumnas de 4to. a 6to. grado nos poníamos una falda tachonada blanca. Cada una llevaba una rosa blanca y a una hora en punto salíamos a pie hacia el Parque Central. Íbamos desfilando, agrupadas por aulas. La formación inicial llevaba el estandarte de la escuela, cada grupo iba presidido por la maestra. En mi época, hembras y varones estudiaban por separado. Los varones tenían maestros de los dos sexos, pero las hembras sólo mujeres. Modesta Ramírez se llamaba nuestra directora, cuyo buró se encontraba en el zaguán a la entrada. A cada rato nos visitaba un inspector municipal, de la raza negra. En la foto del día que terminamos el 6to. grado aparece este inspector, él fue quien me entregó el diploma, al resultar el primer expediente. Foto del Apóstol de http://www.damisela.com/Antes de la estatua de José Martí, en el Parque Central hubo una estatua de la reina Isabel II, como puede verse en esta foto encontrada en http://www.idealpress.com/ Más, aquí.
Una vez al año íbamos también a la "casita", como le decíamos a la casa natal de José Martí, situada en la antigua calle Paula, hoy Leonor Pérez 314 entre Egido y Picota, muy cerca de la terminal de trenes, en la Habana Vieja. Aún hoy sigue siendo un sitio muy visitado, por cubanos y extranjeros. Antes de cumplir los 5 años mis dos nietas la visitaron y salieron encantadas. A los adultos nos impresiona constatar que en un hogar tan reducido hubiera nacido y vivido un hombre de tan gran proyección. El tiempo ni la distancia han erosionado mis recuerdos de la "casita", para mí tan sorprendente como la de chocolate de Hansel y Gretel. Foto: http://www.damisela.com/
Otra visita anual obligada era a la Fragua Martiana, en Príncipe 108 entre Espada y Hospital, Centro Habana, a pocas cuadras del Malecón. A la entrada nos esperaba el doctor Gonzalo de Quesada, hijo de Don Gonzalo de Quesada Aróstegui, acerca de quien recomiendo leer Un cubano olvidado, aquí http://www.cubafreepress.org/art2/cubap991112ii.html Aquel guía tan especial nos explicaba todos y cada uno de los rincones del ya entonces museo. El recorrido terminaba en el patio, donde se conservan restos de la Cantera de San Lázaro, donde con sólo 16 años José Martí fue obligado a trabajar con grilletes en los pies. Más sobre la Fragua Martiana.
Esta foto de BedinCuba es de cuando faltaba poco para terminar el Palacio de Bellas Artes. A su inauguración, en 1955, asistí con un grupo de alumnas seleccionadas de mi escuela primaria. Entre los invitados, representantes del gobierno, del mundo de la cultura y de la sociedad en general. El discurso de apertura estuvo a cargo del ministro de educación, cuyo nombre ahora no recuerdo. Por su céntrica ubicación, a menudo recorrí sus salas y leí en su biblioteca antes de 1959, año en que la asistencia a una conferencia sobre arte precolombino marcó mi reencuentro con el lugar donde tranquilamente podía contemplar los cuadros de dos de mis pintores preferidos: Joaquín Sorolla y Frans Hals.
Después de su restauración, por última vez visité Bellas Artes el 1 de agosto de 2002, fui con mi hija y mi nieta mayor. Así es hoy una de sus dos entradas, por la calle Trocadero (foto de landincomunicacion, Flickr). Más sobre el Museo Nacional de Bellas Artes.
En la segunda parte de La Habana de mi Infancia, mencionaba los cuatro clubes vinculados a mi niñez. Aquí les presento estos afiches de Secretos de Cuba, donde se presentan los colores y mascotas de Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao. El caricaturista es el mismo que en la década 1940-50 hacía portadas para la revista Carteles, fundada en 1919 y clausurada en 1960. No estoy segura que sea el diseñador de esta portada, correspondiente al 27 de junio de 1954. Aparece la "niña" de la casa probándose el vestido que luciría en su graduación universitaria. Mientras ella se mira al espejo, para ver cómo le queda el birrete, mamá y la modista le entallan el vestido. La escena es observada por un fotógrafo y por la criada o tata negra, muy común entonces en determinadas familias cubanas ricas o de clase media.
Vale la pena mencionar algunos de los trabajos contenidos en ese número de Carteles: Se reanudará la Guerra de Corea?, por Max Henríquez Ureña; Cuba es un crisol de razas, por Salvador Bueno; Ucrania lucha contra el poder soviético, por Vladimir Hawryluk; Conoceremos por fin el secreto de Marte?, por Gerard Deville; Mar, mar, enemigo, cuento de Guillermo Cabrera Infante; El año de más sorpresas en la historia del café, por Oscar Pino Santos; Actualidad Económica, por Raúl Cepero Bonilla; Tras la Noticia, por Antonio Llano Montes; Deportes, por Jess Losada y Predicciones Astrológicas, por el Profesor Carbell, entre otros. Carteles era la principal competidora de Bohemia, del mismo modo que Romance lo era de Vanidades en el género femenino o del corazón. Tanto Carteles como Bohemia contaban con periodistas, fotorreporteros y colaboradores de primera. En Bohemia publiqué durante veinte años (1974-94), su redacción queda en la misma esquina de San Pedro y Boyeros, a un costado están los talleres de rotograbado. No estoy segura si la redacción de Carteles radicaba al lado de su imprenta, en Infanta y Peñalver, pero sí que por ahí muchas veces fuí, a visitar a una familia que vivía en la cuadra aledaña, donde se levantaba un conglomerado de casas modestas, todas pintadas del mismo color.
Este anuncio, encontrado en Secretos de Cuba, lo he puesto porque la llegada del bolígrafo en mi niñez se puede comparar con la llegada del Ipod y el Mp3 para los adolescentes actuales: todo un descubrimiento! No obstante, las clases de caligrafía tenía que seguirlas haciendo con pluma de fuente. Durante años tuve una Esterbrook de color vino, la tinta era de la marca Parker, que mi padre compraba en La Moderna Poesía. Cuando comenzaba el curso, él me daba dinero para que yo misma comprara el material escolar. Las libretas, carpetas de argollas y papel con tres huequitos, solía comprarlos en el Ten Cent de Galiano. Los lápices de escribir, de la marca Mirado, así como gomas, reglas, sacapuntas, presillas y lápices bicolores, en cualquiera de las quincallas que por mi barrio había y donde se podía adquirir todo eso y más. Entonces no había plumones y los lápices para colorear eran de una famosa marca, adquiridos por mi padre en La Moderna Poesía, su librería preferida.
Las dos marcas de máquinas de escribir más usadas en Cuba en mis años mozos eran Underwood y Remington, las dos fabricadas en Estados Unidos. En una Underwood aprendí a escribir en máquina, a principios de 1959, y en otra igual trabajé durante los casi dos años en que fui mecanógrafa del comité nacional del Partido Socialista Popular, de agosto de 1959 a febrero de 1961, cuando decidí sumarme al tercer contingente de maestros voluntarios en Minas del Frío, Sierra Maestra. Aunque en gran parte del planeta las máquinas de escribir son piezas de museo, todavía en Cuba son muy utilizadas.
En mi niñez fui más al cine que a la playa, salvo cuando mis tíos Dulce y Blas alquilaban una casa en Guanabo, zona costera a 23 kilómetros al este del centro la ciudad de La Habana. Alquilar una casa en Guanabo, Santa María del Mar e incluso Varadero, estaba al alcance de una buena parte de las familias habaneras. No era ningún lujo y, por supuesto, se pagaba en pesos. En la década de 1940-50 la vista de Guanabo era similar a esta foto de Secretos de Cuba. Mis padres no eran "playeros" y siempre me mandaban a mi sola, para que jugara con mis primos Lidia, Paquito, Pepe y Joaquín. Las pocas veces que fue mi mamá, se quedaba ayudando en la cocina a mi tía, su hermana.
Aunque me quedaba un poco más lejos de mi casa, siempre iba al Ten Cent de Galiano, que me gustaba más que el de Monte (había otro en la calle Obispo, después abrieron uno en 23 y 10, Vedado, otro en La Copa, en 1ra. y 42, Miramar). En esa foto de 1958, de Secretos de Cuba, se aprecia lo concurrida que siempre estaba la esquina de Galiano y San Rafael. El Ten Cent tenía tres entradas: dos puertas por la entrada principal, en la calle Galiano (donde está el cartel Woolworth's); una puerta por San Rafael y la otra por San Miguel, por donde solían entrar las clientas a la peluquería, ubicada al final del piso superior. Sobre el fundador de esta cadena de tiendas.
En esta otra foto, también de Secretos de Cuba, el Ten Cent queda a la izquierda y, enfrente, un ángulo de El Encanto la más chic de las tiendas cubanas de mi infancia. Frente a El Encanto quedaba la peletería Florsheim, donde mi padre una vez al año iba a comprarse un nuevo par de zapatos. Aunque se usaban de dos tonos, blanco y negro, él siempre se los compraba de color carmelita. Me parece estar viéndolos, con aquellos huequitos, que al untarle betún, había que cuidar que no se incrustara en ellos. Florsheim fabrica calzado desde 1892.
Todos los domingos iba con mis padres a visitar a Matilde, mi abuela paterna, una mulata que medía seis pies y pesaba doscientas libras (mi padre era igualmente grande y gordo: de esos genes mis dos nietas deben haber heredado sus estaturas y corpulencias). Mi abuela Matilde vivía con una de sus hijas, mi tía Lala, que estaba divorciada y sus dos hijos, mis primos Nilda y Abelardo. Era una casa en bajos, con puerta a la calle, en Herrera entre Rosa Enríquez y Benavides, Luyanó. Desde nuestro hogar, en Romay entre Monte y Zequeira, Cerro, podíamos coger la ruta 10 en la Esquina de Tejas o la 9 en la calle Cristina. Nos bajábamos en Calzada de Luyanó y Benavides. A pocos metros, detrás de esa parada, quedaba la Loma del Burro, albergue de uno de los dos barrios paupérrimos de la ciudad, Las Yaguas. El otro era Llega y Pon. No sé de cuál de los dos es la foto de Secretos de Cuba.
La foto de época que más me recuerda la zona donde viví en mi infancia es ésta de BedinCuba. Me parece que se trata del tramo de la Calzada de 10 de Octubre y Omoa, a una cuadra de la Esquina de Tejas, pero esa ruta 20 subiendo me confunde, porque que recuerde, siempre la 20 iba por la Calzada del Cerro y cuando llegaba a Tejas, continuaba por Monte, hasta los Cuatro Caminos, cuando doblaba a la izquierda y subía por Belascoaín hasta Neptuno, donde llegaba hasta la Universidad, doblaba por 27, pasaba por el hospital Calixto García y después seguía por G o Avenida de los Presidentes, para terminar su extenso recorrido en el paradero de Miramar. Para ir al Vedado, los que vivíamos en el Cerro, además de la 20, teníamos la 2 y la 10, que llegaban hasta 12 y 23, y la 9, que terminaba en Buena Vista. Ah, y el autobús o "enfermera" V-7, posteriormente convertido en ruta 37.
En esta foto de 1956, de FIU Libraires, vemos a Nat King Cole revisando uno de sus discos en la fábrica Panart de La Habana. Él y Frank Sinatra fueron mis cantantes favoritos en mi infancia. Entre otras canciones, Nat King Cole en español grabó: El bodeguero, Ansiedad, Perfidia, Yo vendo unos ojos negros, Piel canela, Solamente una vez, Quizás quizás, Aquellos ojos verdes, Cachito, Nadie me ama, Ay, cosita linda, Acércate más, Tres palabras, Noche de ronda, Tu eres tan amable, Capullito de alelí, María Elena, Las mañanitas y Fantástico. Ninguna me gustó tanto como Autumm Leaves, When I fall in love, Love is a many splendored thing, Stardust, Unforgetabble, Fascination y Tenderly, acompañado por el trío de jazz de Oscar Peterson, aquí. Anécdotas de Nat King Cole en La Habana, publicadas en 2002 en Encuentro en la Red, aquí.
Pero la canción de mi infancia fue Y tú que has hecho, de Eusebio Delfín, por María Teresa Vera y Lorenzo Hierrezuelo (foto). Al no existir en video interpretada por el memorable dúo de trovadores cubanos, termino esta serie con dos versiones de Y tú que has hecho: una de Jóvenes Soneros y otra del Buenavista Social Club:
Que lindo tu articulo, me permito decirte que los lapices no eran Mirado, era la marca Mikado, somos
ResponderEliminarseguramente mas o menos de la misma edad, todo eso que dices, forma parte de mis recuerdos, saludos y felicitaciones.
No, Anónimo, la marca de lápices de colores era efectivamente Mirado. Se vendían en cajas de 12, 24 y 36 colores (no sé si las había de más). Mi color favorito era el azul aqua que sólo lo tenia Mirado. Eran buenos, pero caros. Yo me tenía que conformar con los de la marca Lacocarde que eran más baratos pero el grafito demasiado duro y marcaba el papel. Con el tiempo la memoria a veces falla.
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