El periodismo cubano no murió después de 1959. Pero entró en estado de coma. Y no precisamente por falta de talento.
Antes de Fidel Castro, la competencia y calidad de los periodistas era elevada. Manuel y Carlos Márquez Sterling (padre e hijo), Víctor Muñoz Riera, Guillermo Portuondo Calá, Luis Conte Agüero, Mario Kuchilán, José Pardo Llada, Guido García Inclán y Mario G. del Cueto, entre otros, fueron profesionales de primera. Sus artículos, reportajes y comentarios, escritos o radiales, eran redondos.
Después de la llegada del comandante, el oficio de reportar y crear estados de opinión lentamente fue estrangulado por el guerrillero, quien bajó de la Sierra Maestra con un proyecto de justicia social para todos, pero a la vuelta de dos años dio un viraje de 180 grados y abrazó una ideología estrafalaria.
Esa capacidad de engañar, digna de un hipnotizador, permitió que las fuerzas inteligentes de la sociedad cubana lo aplaudieran delirantemente. Pero al son de La Internacional, el barbudo decidió cercenar el debate y la discrepancia.
Bajo la excusa de una amenaza yanqui -que era real- confiscó talleres de impresión y nacionalizó los medios de comunicación. De un tijeretazo acabó con la libertad de expresión en 1961. Había comenzado la era de la prensa redactada por comisarios políticos que hacían las veces de divulgadores.
Desde entonces, la prensa gubernamental tiene la rara cualidad de aparentar que informa sin decir nada. Más bien desinforma. Aburrida, chapucera, improvisada y superficial.
Lo dijo Raúl Castro en su informe al VI Congreso del Partido Comunista. Para que luego no me acusen de mercenario al servicio del gobierno gringo o español. Coincido con el General: los medios oficiales son pésimos. Diseñados para un país de fantasía. Los reporteros se desenvuelven como mascotas amaestradas.
No es por falta de talento que los diarios locales son un bodrio. Granma es un panfleto de 8 páginas. La culpa de que las publicaciones criollas sean sosas y alucinantes no la tienen los escribidores estatales. Es del gobierno que los amordaza, vigila con lupa y censura su labor.
Casi todos terminaron la carrera y dominan a la perfección el oficio. Pero no pueden ejercerlo. Por una sencilla razón: no son hombres libres. El regaño de Raúl Castro a los periodistas oficiales es cínico. Es más fácil descargar los errores en el prójimo. Una característica que llevan en sus genes los hermanos Castro. Los villanos siempre son los otros.
Es cierto que la labor opaca de los medios ofende hasta a sus dueños. Pero poco pueden hacer los reporteros. Si se atreviesen a escribir como piensa un sector amplio de la gente común o redactar crónicas de la decadencia y crisis de valores en la sociedad cubana, lo más probable es que un ceñudo jefe de redacción los haga empacar sus cosas y los mande a casa.
En el mejor de los casos, también pueden ir presos. Como José Antonio Torres, corresponsal del periódico Granma en Santiago de Cuba, detenido por la Seguridad del Estado desde el 8 de febrero de 2011, acusado de ser ‘agente de la CIA’. En 2010, Torres publicó en Granma un reportaje sobre el problema del agua en Santiago de Cuba que le mereció un elogio del mismísimo Raúl Castro.
Si el presidente cubano desea romper 52 años de mascaradas y sofismas, debiera empezar por reconocer que si los periodistas al servicio del Partido, se desempeñan como ‘juntaletras’ es porque están obligados a cumplir los designios trazados por sus ideólogos.
En las filas de los oficialistas ha habido varias deserciones. Reporteros que han demostrado que libertad y creatividad son sinónimos. Pienso en dos periodistas de raza que durante años publicaron en la anodina prensa oficial cubana: Raúl Rivero y Tania Quintero. Ellos creyeron en Fidel Castro. Rivero, siempre con poesía en sus textos. Y Quintero, una mujer complicada para los jerarcas de verde olivo.
Durante lustros, batallaron contra sí mismos y lograron superar el hechizo ‘fidelista’. Fue una operación a corazón abierto y sin anestesia. Su osadía les costó perder salario, oficio y amigos. Fueron ninguneados y sepultados vivos en sus cascarones de concreto en los barrios donde vivían. Ahora residen en el exilio.
Aún quedan en Cuba reporteros como ellos. Periodistas de buena pluma que a diario desafian el peligro, como Luis Cino, Jorge Olivera, Luis Felipe Rojas y Laritza Diversent, entre otros.
En este abril de júbilo para el régimen de La Habana, me viene a la mente que por los días de la victoria en Bahía de Cochinos, se comenzó a mutilar la palabra libre. Todo empezó en 1961.
Iván García
Publicado con autorización del autor.
Foto: AFP
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