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7 de marzo de 2011

¿Qué pasa en Cuba?

Para los líderes insulares la ideología ha sido siempre algo secundario -lo que no quiere decir que la desprecien como mecanismo de control social-. Lo decisivo siempre ha sido la tecnología del poder y, dentro de esta, un principio clave de la tradición jacobina y bolchevique, leninista y estalinista: la fabricación de enemigos del pueblo. Los comunistas cubanos no necesitan leer a Schmitt porque han leído muy bien a Lenin. Si algo han sabido hacer en el último medio siglo es convencer a buena parte de la ciudadanía insular de que existe un grupo de cubanos perversos, aliado incondicional de Estados Unidos, que desea la destrucción de la isla y su incorporación al país vecino.
No importa que hoy, a diferencia de hace medio siglo, la mayoría de los opositores cubanos defienda un cambio pacífico y pactado, ni que muchos de ellos estén de acuerdo con el levantamiento del embargo comercial y la normalización de relaciones entre Washington y La Habana. Tampoco importa que el propio Raúl Castro y varios funcionarios de su Gobierno demanden cambios económicos y jurídicos que la oposición ha demandado desde hace 20 años. La condición del enemigo no está determinada por las ideas o por los métodos de la disidencia, sino por el lugar de su enunciación: si este se coloca al margen o fuera del poder, entonces ha pasado de la amistad a la enemistad.Lo hemos visto con claridad en el último mes. En un vídeo que reprodujeron algunas publicaciones electrónicas del exilio aparece un oficial de la Seguridad del Estado instruyendo a militares y civiles cubanos en el arte de la ciberguerra.
En un artículo reciente para The New Republic, vertido al español por la revista mexicana Letras Libres, Mark Lilla cuenta que los filósofos de cabecera de muchos intelectuales y dirigentes chinos son Carl Schmitt y Leo Strauss. Del primero les interesa la crítica a la democracia parlamentaria, la defensa del estado de excepción y la polarización del mundo político en amigos y enemigos. Del segundo, la visión moderna de una aristocracia platónica, bien educada, que pueda salvar a Occidente -o más específicamente a Estados Unidos- de sus enemigos globales o de su propia decadencia.

El artículo completo en El País.

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