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16 de julio de 2008

Jorge Valls: La Alternativa


Para nadie extraña la situación global que afecta a toda la ecumene presente. Lo mismo Moscú que en la más remota y apartada aldea de la Amazonía o del África ecuatorial se siente un estremecimiento subterráneo que, aunque no lo comprendamos, inevitablemente conduce a un cambio integral en la composición de un mundo inexorablemente formado aún por cuerpos multitudinarios diferenciados, tanto en cuanto al aval documental sobre los que conforman la estructura inmediata de civilización como al proyecto intencional que define su perspectiva en el horizonte hacia el cual aspiran a moverse. Una “isla central” hiperbórea, comprensiva del ámbito europeo occidental y oriental, la América del Norte en cuanto a los Estados Unidos y el Anglo-Canadá y, acaso por premiso especial, la inclusión del Japón, potencias que resultaran dominantes en los dos últimos siglos (XIX y XX), proyecta la imagen de una compleja estructura de poder, sobresaturada de producción mecánico-industrial y dotada de una tecnología policiaco-militar mediante la cual, a partir de la nucleación urbana, se ejerce un eficientísimo control sobre el territorio y la población, tanto del movimiento físico como de la correlación sicológica, ya consciente ya inconsciente. Esta órbita de poder debe incluir también el Pacifico Sud-occidental- Australia, Nueva Zelandia, acaso Indonesia, que conforman la región de mayor acometividad desarrollista del presente.

Sobre esta porción o “isla central”, bajo la evidente denominación anglosajona y con el instrumental elaborado por esta identidad de civilización y cultura, se propone, como hecho consumado no discutible, como necesaria y deseable consecuencia del superpoder establecido, el proyecto llamado de “globalización”, que significa el dominio económico, político, militar, técnico e ideológico de una mínima porción propietaria y armada sobre el resto de la población mundial. Por su puesto que sin necesidad de explicaciones asistimos a la subversión de las formas convencionales del ordenamiento nacional e internacional –mutación integral de los fundamentos ontológicos, éticos y jurídicos de lo que ha significado el proyecto de civilización universal del que emergiera el mestizaje europeo-mediterráneo y la conversión al cristianismo de la organización grecolatina, para preparar el proyecto de un gobierno mundial, que no tiene que tener por capital ninguna de las ciudades o países que han representado el poder hegemónico hasta el presente.

Esto significa la constitución de un poder sintético compuesto de los vencedores en la competencia de todos contra todos por al supervivencia y el predominio, en todos los aspectos, sobre los menos aptos o menos afortunados pero, en mayor o menor grado, los actuales fracasados.

Como hemos dicho, esto no se explica como un proyecto consciente, sino que se expone como un fatal devenimiento de una realidad más allá o más acá de la decisión del hombre, a la que tienen que subordinarse todo y todos, y además alabarlo y disfrutarlo como un bien superior, causa última de la felicidad de la especie. En última instancia, es reconocer el derecho de poseer, mandar y determinar la conciencia universal de aquellos que, individual o grupalmente, han llegado casualmente a imponerse en un momento determinado. (Nunca Hegel ha sido tan acríticamente servido.)

Pero volvamos los ojos al resto del planeta, que incluye buena parte del zócalo euroasiático, la llamada América Latina o Caribeña, África, Asia y la Oceanía, que representan el mayor reservorio de recursos aún no plenamente o simplemente no utilizados y la mayor parte de la población humana. Dentro de esta porción, la mayor parte de los habitantes no esta incluida, ni parece ser incluible, en la producción y el consumo de lo que corresponde siquiera al nivel más bajo de la civilización en la región dominante. Es más, con el grado altísimo de sofisticación tecnológica de los centros hegemónicos y la contracción numérica del mercado efectivo de ofertantes y demandantes con capacidad económica para participar realmente en el mismo, nos encontramos con la innecesariedad de buena parte de esa población para el mantenimiento de los núcleos selectivos de propiedad, poder y postulación ideológica.

Lo que hasta ahora hemos conocido como elite directora y rectora del curso de la civilización, obrante desde la autonomía del pensador o de continuidad de la institución, movidos ámbos hacia un repertorio de valores directamente inmediatos entre el hombre que es y la posibilidad a que este puede acceder, pasa directamente a subordinado del consorcio –evidente o críptico- que ajustará las ideas, doctrinas, modos y usos de conducta y pensamiento a la conveniencia inmediata del mantenimiento de ese poder mundial único que va a establecerse, y que no tiene otro fin que su propia existencia. Sintéticamente, esto quiere decir: la existencia del hombre-especie, de la humanidad- como cuerpo visible y como condición esencial- para el servicio y la justificación del poder; no este para servicio y justificación de la vocación humana.

Nada de esto puede ser presentado como el proyecto de una porción de la humanidad, constituida bajo una identificación, ante el resto de la ecumene, porque la tesis no implicaría más que otra reposición de la lucha de una parte o facción contra la otra, y su ineluctable transitoriedad en el tiempoespacio, acompañada de la inevitable confrontación violenta. La violencia incubable en la globalización es, sin embargo, la máxima que se puede concebir dentro del medio humano y aún del biológico en general, pues implica la contradicción inmediata de todas las promociones, ora individuales, ora grupales. Significaría la puerta abierta a la guerra –la acción particular aniquilante- de todos contra todos, o el sometimiento a la más omnicomprensiva represión del ser original –pensamiento y conducta- de la especie.

De este modo planteado el acertijo presente del destino humano, no es posible definir dos posiciones antitéticas, cada una con connotaciones diferenciales de identificación método y programa a realizar, con las cuales proponerse a la opción inmediata. No hay posibilidad dialéctica de definir una “antiglobalizacion”. Por otra parte, la posibilidad de acceder a un gobierno y a una organización sistemática ecuménica, no solo económica sino cultural, no puede ser comprendida como un mal, pero tampoco puede plantearse como una opción programática alternativa, es decir: como un proyecto para convocar inmediatamente a su realización.

Lo primero que habría que definir es por que, para que y cómo; y eso reclama, al menos, una condición doctrinal universalmente compartida, para sobre ella elaborar un diseño construyendo adecuado.

Esta definición de una doctrina común no puede ser el sancocho caprichoso de un eclecticismo ramplón, acumulado de todas las contradicciones insalvables, que es en lo que se ha convertido la media de pensamiento que se hace pública en el horizonte aún dominante de una civilización que ya no tiene por nombre más que un casual e incalificante adjetivo como “occidental” (por el espacio), o “moderna” (por el tiempo).

El mundo se nos ha situado en la jugada final de una partida entre dos bandos necesariamente excluyentes y mutuo-aniquilatorios. Si esto llega a plasmarse en la realidad tiempoespacial, ya no hay más allá en la historia, y por ende, para la gestión trascendente del destino humano.

No obstante, tenemos que plantearnos: ¿Está la inmensa masa humana, habitante aún de la inmensa expansión austral y oriental, en condición de ser controlada eficazmente por un aparato técnico-político-militar con supervisores y disparadores espaciales o extra-terrestres (quiere decir: desde fuera del territorio comúnmente habitado)?

Esta es la cauda poblacional que se desplaza masivamente en migraciones multitudinarias y ocupa materialmente los sitios determinantes y las expansiones más comprometidas del aparato del poder contemporáneo. Demográficamente, los grupos actualmente hegemónicos tienden a decrecer, o al menos a no aumentar; exactamente lo contrario de lo que sucede en las masas invasoras. Por otra parte, si bien la rudimentariedad técnica de estas las pone, en todos los sentidos y en sus propias tierras, en condición de verdadera inferioridad y vulnerabilidad, estas como comunidades humanas identificables por vínculos no ocasionales de clientela, sino por sustanciales fundamentos de creencias y hábitos significativos, no parecen albergar en su seno las mismas contradicciones desintegrantes que las de los medios hegemónicos.

Acaso los últimos avatares belicosos a los que asistimos (Irak, Afgán, etc.) no son sino la expresión inmediata de un conflicto sustancial más transcendente entre la técnica- entiéndase “maquina de poder” industrialmente organizada desde la producción de cohetes al espacio hasta los procedimientos de control de inconsciente colectivo- por una parte, y la biología –entiéndase: la irrupción del ser vivo humano en todas sus posibilidades materiales y espirituales- por la otra.

Para los medios de difusión colectiva, desde la academia y las fuerzas políticas, o meramente ideológicas, que constituyen la expresión pública aceptada, se convierte en satánica cualquier discrepancia con las entidades últimas del poder mandante, y en obligatoriamente execrables y destruibles quienes parezcan simpatizar con ellas. Así, desde el poder establecido mundialmente, no hay más opción que “adorar” (sic: rendir absoluta adhesión, obediencia y pleitesía) a lo que represente el poder global.

Pero frente a esto, que parece receta sin alternativa, no queda sino la única realidad humana y universal: la afirmación de lo que es y ha sido, para salvar la libertad del hombre a promover lo que ha de ser.

Esto quiere decir ser leal al principio al cual se responde y al pueblo que identificamos como propio. No hay sistema ni teoría que resuelvan esto. Según sea la capacidad de creer, de amar y defender, de acoger la vida más acá de todas las máquinas, inventadas o por inventar, así será la posibilidad de sobrevivencia, y acaso de triunfo definitivo y final.

Recordad que un día os fue dicho que los más humildes heredarán la tierra.

Jorge Valls
13 de julio de 2008


1 comentario:

  1. Siempre se lee con gusto al poeta Valls.

    La alternativa, estimado Jorge, está en el primitivismo. Un regreso consciente a nuestra naturaleza desnuda y animal, donde lo salvaje y "civilizado" sean equilibrados por la razón no forzada. El retorno a la cooperativa y la comunidad organizada por el hombre, sin el antropcentrismo occidental establecido. El incumplimiento freudiano del yo represivo; el anhelo insaciable por el latón y el plástico, producto del ocio torcido y supefluo, es un proceso humano e irreversible, del cual occidente es su promotor y "mecenas". El sujeto puesto en función del objeto; convertido y victimizado por este último, es el resultado de nuestro sombrío legado. El desarrollo de la guerra como arte en detrimento de los refinamientos más sublimes de nuestra especie.

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