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5 de julio de 2008

La Habana sigue aguantando


Por Iván García, desde La Habana

Ni aún en estado de sitio La Habana es fea. Ese trozo de la geografía cubana, otrora Villa de San Cristóbal de La Habana, se deja querer. Es como un imán. Aún lejos, siempre se quiere volver a ella. A pesar de la mugre y el deterioro. No importa que la llenen de propaganda política.

En los veranos calientes y húmedos, cuando las familias habaneras rezongan y se quejan por la falta de luz, agua, comida y dinero, los citadinos seguimos amando la capital aunque parezca nuestra cárcel. Vivir en La Habana es casi un martirio para muchos.


Ernesto, obrero de 41 años, siempre se pregunta qué mal le hemos hecho los cubanos al mundo para llevar una vida tan difícil. En estos días veraniegos, el pequeño apartamento de dos habitaciones que comparten Ernesto, su esposa y sus tres hijos, en la barriada de Santos Suárez, es un verdadero calvario. Falta el agua y sobran los apagones. Urgida de mantenimiento, la vivienda tiene las paredes roídas y con filtraciones. Cuando llueve, su casa se convierte en un lago.
“Desde que me despierto, sin desayuno y una sola comida al día, a veces no quisiera abrir los ojos”, señala con rabia. Llevar comida a la mesa es una tarea digna de un mago. Por ello, lo mismo sustrae un saco de cemento que un poco de cabillas de su puesto de trabajo, un almaceén en las afueras de la ciudad. Su esposa coge de su oficina todo lo que pueda vender: lápices, bolígrafos, presilladoras, papel… Cualquier cosa con tal de sobrevivir y alimentar a tres hijos de 12, 14 y 16 años, los tres estudiantes.
Sin parientes en el extranjero que les envíen dólares, la de Ernesto es la típica familia cubana: en el mejor de los casos almuerzan pan con aceite o tortilla y comen caliente una vez al día. Por la calle, los muchachos compran lo que encuentren por pesos cubanos.


Cuando llegan las vacaciones, el matrimonio mata el tiempo viendo television -cuando hay electricidad- mientras los hijos van a la playa o a algún bailable público. “Siempre corremos el riesgo de que algún día se vean envueltos en una de las tantas trifulcas que se desatan en los bailes populares, pero los pobres no tienen más opciones”, comenta el padre.

Si algo ha puesto de moda la revolución son los bailables multitudinarios en playas y parques de la Isla. En estas bachatas “revolucionarias” se vende ron y cerveza de cuarta categoría, y las riñas, con heridos y a veces hasta muertos, ya no son noticia. Por lo general, las pachangas son animadas por orquestas que tocan timba agresiva y en ocasiones interpretan canciones con letras marginales y machistas. La excepción fue el concierto masivo ofrecido por Los Van Van por sus 35 años, donde la orquesta incluyó números viejos como “La Habana no aguanta más” y otros de su actual repertorio.

Ernesto y su familia tomaron cerveza infame y movieron la cintura como solo saben hacerlo los cubanos con Juan Formell y los Van Van. Cuando se terminó, a las 2 de la madrugada caminaron tres kilómetros para llegar a su casa. Al día siguiente, el titular no fue para la multitudinaria celebración musical, sino para la economía nacional. Según cifras oficiales, en el primer semestre de 2005 “había crecido 7,3 por ciento”.

Nadie creyó las exageradas cifras que en su desmedida euforia nos vende el gobierno. Las tiendas por divisas están cada vez menos surtidas; los precios están por las nubes; ha disminuido el transporte público y las calles y edificios están aún más destruidos. El “crecimiento económico” de los últimos tres años solo lo ven los gobernantes. La Habana y su gente no se han dado por enterados.


(Publicado en Cubaencuentro el 12 de agosto de 2005)

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