Ya me voy de la aldea. Es una aldea ínfima, sobre la falda de una montaña perdida en los Cuchumatanes. El maestro insiste en prestarme dos niños – mejillas rojas, miradas adultas – para ayudarme con las medicinas y las vacunas. Prefiero regresar solo. El camino – de esos trillos labrados por las mulas – sube, serpentea y se pierde. Los caminos de montaña son buenos para pensar, son como calabozos largos. Pensar boberías ayuda a subir. Que si mis jefes nunca han estado por estos lares, que si la mujer que quedó allá, que qué hace uno aquí en el fin del mundo… Y si uno de esos indios gentiles que me preguntan si es cierto que Fidel se come a los niños, aparece súbitamente blandiendo su machete? O acaso un sacerdote buscando una cabeza para sus ritos mayas? O acaso un paso en falso y caigo como un muñeco desarticulado? Pero no tengo miedo, casi nunca tengo miedo. La cima comienza como un bosque. Son las cuatro de la tarde, a esta hora siempre viene la nube. Aquí insisten en llamarle niebla, pero es una nube, a estas alturas. La nube llega como un espectro y lo fumiga todo. Puedo ver las gotas suspendidas, que se rompen en mis pestañas. A partir de las cuatro estoy condenado a estar húmedo y frío. El bosque, en la nube, parece un sueño. El suelo es una baba de liquen. Detrás de unos arbustos, dos sombras levantan vuelo. Donde ellas estaban yace un caballo hinchado y pestilente. Vacías las cuencas de los ojos, carne hábilmente tallada. Las auras esperan a solo unos metros de mi, vigilan mis movimientos. Sigo. Me alegro de ver la primera casa. Una pareja atraviesa el camino. La mujer clava la mirada en el suelo, el hombre saluda risueño. Al fin la carretera. El fango se traga mis botas, pero me regocijo, estoy llegando al Puesto.Estamos en proceso de cambio de imagen, disculpe las molestias que esto pueda ocasionar
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17 de febrero de 2007
Tribulaciones de un médico en mision (I)
Ya me voy de la aldea. Es una aldea ínfima, sobre la falda de una montaña perdida en los Cuchumatanes. El maestro insiste en prestarme dos niños – mejillas rojas, miradas adultas – para ayudarme con las medicinas y las vacunas. Prefiero regresar solo. El camino – de esos trillos labrados por las mulas – sube, serpentea y se pierde. Los caminos de montaña son buenos para pensar, son como calabozos largos. Pensar boberías ayuda a subir. Que si mis jefes nunca han estado por estos lares, que si la mujer que quedó allá, que qué hace uno aquí en el fin del mundo… Y si uno de esos indios gentiles que me preguntan si es cierto que Fidel se come a los niños, aparece súbitamente blandiendo su machete? O acaso un sacerdote buscando una cabeza para sus ritos mayas? O acaso un paso en falso y caigo como un muñeco desarticulado? Pero no tengo miedo, casi nunca tengo miedo. La cima comienza como un bosque. Son las cuatro de la tarde, a esta hora siempre viene la nube. Aquí insisten en llamarle niebla, pero es una nube, a estas alturas. La nube llega como un espectro y lo fumiga todo. Puedo ver las gotas suspendidas, que se rompen en mis pestañas. A partir de las cuatro estoy condenado a estar húmedo y frío. El bosque, en la nube, parece un sueño. El suelo es una baba de liquen. Detrás de unos arbustos, dos sombras levantan vuelo. Donde ellas estaban yace un caballo hinchado y pestilente. Vacías las cuencas de los ojos, carne hábilmente tallada. Las auras esperan a solo unos metros de mi, vigilan mis movimientos. Sigo. Me alegro de ver la primera casa. Una pareja atraviesa el camino. La mujer clava la mirada en el suelo, el hombre saluda risueño. Al fin la carretera. El fango se traga mis botas, pero me regocijo, estoy llegando al Puesto.
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Y después te dicen que la universidad es gratuita!
ResponderEliminarCuando en realidad te cobran con el servicio social y así toda la educación, excepto quizás la primaria, porque en secundaria ya te mandan un mes al campo cada año!
Gracias Doc, un beso, más suerte y más magia...
¡y el texto está boláo! (nunca supe si este "qué bolá" de nosotros era de vuelo o de bola; así que nunca se si es con V o con B)
ResponderEliminarMuy bueno!
ResponderEliminar!!!!!!dura esa vida!
ResponderEliminarOh gracias oh...
ResponderEliminarPero no se vayan a pensar que fué un infierno! Nunca me sentì màs libre que en esos dos años en Guatemala... A pesar de las adversidades o de las parano-particularidades de la misiòn en si. Ya iré evacuando recuerdos menos sombrìos...
Pienso que es una de las caras poco conocidas del quehacer del cubano, bastante tergiversada por todos los bandos. Creo que vale la pena que exponga mi humilde experiencia.
Ño chen, lo que pasa es que con ese titulo "tribulaciones..." parte el alma. Me dan ganas de rezar por ti y no soy cristiano.
ResponderEliminaroye que lindooooooooo esta eso.....el texto esta muy bueno, yo tambien estuve de mision y deserte, es muy triste...esta muy buena tu entrada saludos muchas gracias.
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