LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Emilia salió al mercado y regresó decepcionada. Mi vecina recorrió los kioscos de la calle ocho, bajó después por 71 y, finalmente, en el mercado de Cruz Verde compró seis libras de papas, a razón de dos por persona, pues en su casa son tres y la libreta de racionamiento establece ciertas normas. Volvió a salir antes de ponerse a lavar y retornó con un pan suave y sin grasa, dos paquetes de croquetas y un hueso de puerco para cocinar un caldo.
Algo similar les ha sucedido en estos días a Migdalia, Martica, Edilia y a muchas vecinas de Boyeros, El Cotorro, Guanabacoa, San Miguel y otros pueblos del sudeste de La Habana, donde apenas abren los puestos agropecuarios. La ausencia de productos las altera, pues se esfuerzan en vano. Con las jabas vacías aumentan los problemas y las preocupaciones. Los nietos devoran lo poco que encuentran sin pensar en el posible infarto de las abuelas.
En el cierre del mercado agropecuario no sólo inciden los desastres provocados por el paso de los ciclones Gustav e Ike. En medio de la crisis alimentaria el gobierno retoma los controles extremos. Ciudad de La Habana es una ciudad sitiada, sin toque de queda ni declaraciones previas. Los accesos a la capital están controlados por la policía. Los conductores de vehículos tienen que mostrar sus documentos y soportar registros, decomisos, multas y amenazas.
¿Qué sentido tienen tales restricciones? ¿Para qué impedir la natural circulación de mercancías? Si faltan productos y suben los precios los funcionarios pudieran dictar ciertas normas para proteger al consumidor, sin asfixiar al campesino que produce, al intermediario que compra y transporta y a los vendedores que reciben y atienden al consumidor en los kioscos urbanos. ¿Acaso no pagan impuestos al Estado?
En el cierre del mercado agropecuario no sólo inciden los desastres provocados por el paso de los ciclones Gustav e Ike. En medio de la crisis alimentaria el gobierno retoma los controles extremos. Ciudad de La Habana es una ciudad sitiada, sin toque de queda ni declaraciones previas. Los accesos a la capital están controlados por la policía. Los conductores de vehículos tienen que mostrar sus documentos y soportar registros, decomisos, multas y amenazas.
¿Qué sentido tienen tales restricciones? ¿Para qué impedir la natural circulación de mercancías? Si faltan productos y suben los precios los funcionarios pudieran dictar ciertas normas para proteger al consumidor, sin asfixiar al campesino que produce, al intermediario que compra y transporta y a los vendedores que reciben y atienden al consumidor en los kioscos urbanos. ¿Acaso no pagan impuestos al Estado?
Al parecer, se trata de otra “ofensiva revolucionaria”, otra vuelta de tuerca contra los pequeños comerciantes, parceleros y camioneros privados, a quienes se denigra a priori en los medios informativos. La consigna es obvia: “que nadie toque nada, sólo yo puedo tocar”.
Hablar de acaparadores, rodear la ciudad de policías, decomisar productos y vehículos y centralizar las ventas en mercados estatales es otra manera de crear problemas. Así se administra la tensión sin solucionar el flujo de mercancías. Lo importante no es detener y juzgar al que transita con una bolsa, sino liberar las iniciativas individuales para que cada cual encare sus problemas y aspiraciones.
El Estado patrón quiere inventariar cada planta, contabilizar los frutos y fijar los precios desde oficinas, pero los empleados de sus tiendas y almacenes no pagan impuestos, alteran las pesas a su favor, cobran salarios y maltratan al público.
Emilia, Migdalia y otras vecinas enfrentan por estos días a tales gladiadores. Quizás por eso regresan a casa con las jabas vacías, mientras el huevo sube a cinco pesos y el hambre pone a pruebas la paciencia de estas damas, casi al borde de la histeria.
Hablar de acaparadores, rodear la ciudad de policías, decomisar productos y vehículos y centralizar las ventas en mercados estatales es otra manera de crear problemas. Así se administra la tensión sin solucionar el flujo de mercancías. Lo importante no es detener y juzgar al que transita con una bolsa, sino liberar las iniciativas individuales para que cada cual encare sus problemas y aspiraciones.
El Estado patrón quiere inventariar cada planta, contabilizar los frutos y fijar los precios desde oficinas, pero los empleados de sus tiendas y almacenes no pagan impuestos, alteran las pesas a su favor, cobran salarios y maltratan al público.
Emilia, Migdalia y otras vecinas enfrentan por estos días a tales gladiadores. Quizás por eso regresan a casa con las jabas vacías, mientras el huevo sube a cinco pesos y el hambre pone a pruebas la paciencia de estas damas, casi al borde de la histeria.
(Publicado en hoy en Cubanet.)
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