Nací el 2 de mayo de 1959 en La Habana, una de las ciudades más bellas del mundo, y mi segundo nacimiento fue en París, la ciudad más bella del mundo, en 1995, el año en que decidí exilarme definitivamente. 1959 y 1995, los dos números finales invertidos ya es un misterio. Amo los números y por supuesto los misterios. Crecí en los misterios de La Habana Vieja leyendo Los Misterios de París de Eugène Sue, entre otros escritores franceses, y después en París, escribí Los Misterios de La Habana con la memoria del corazón.
Me siento muy emocionada por esta distinción de la Grande Médaille de Vermeil de la Ville de Paris porque amo y respeto profundamente esta ciudad. En París aprendí y comprendí el verdadero sentido de la libertad, a través la historia tan bella y triste a veces de esta ciudad tan querida. En París pude publicar mis libros escritos en Cuba, y terminar algunas novelas comenzadas en La Habana, y continuar mi obra. Aquí aprendí a pensar en libertad, a no tener miedo. Miedo, por ejemplo, de un acto tan sencillo, como el de entrar en una librería sin voltearme, para verificar que nadie me espía. En París pude, por fin, vivir casi normalmente, como un ciudadano que tiene derechos y deberes. No fue nada fácil al inicio, pero el exilio no es un regalo, es sobre todo una dura prueba.
Agradezco al Alcalde de París, señor Betrand Delanoë y a su equipo por todo lo que hacen por la libertad, por la cultura, y por nuestra ciudad. Usted sabe que yo lo quiero, que los quiero mucho. Y en el futuro, habría que pensar en contar con un equipo como el vuestro, y con personalidades políticas como usted, para reconstruir La Habana en su arquitectura, su espíritu y su dignidad.
Quisiera agradecer a todos los editores y traductores, a Anne-Marie Vallat, mi agente literario, que me han publicado y traducido en Francia, a todos mis amigos cubanos y franceses, y también a esos que han venido de otras partes, exiliados como yo o exiliados voluntarios, que me han apoyado con mucho amor y confianza. Agradezco a todas las organizaciones de los Derechos Humanos que han apoyado la causa de la libertad de Cuba y otras causas que me son también muy queridas.
Porque eso también lo aprendí en Francia, que el caso cubano no es el único caso en el mundo, que el dolor de un pueblo tan ignorado y tan aislado por el embargo de la dictadura -el más espantoso de todos los embargos-, no es único. Es la razón por la que decidí ayudar y apoyar otras causas y luchar con todas mis fuerzas contra los abusos y violaciones de los derechos humanos en todas partes del mundo, por la causa de los periodistas, los abusos en contra de las poblaciones, el irrespeto a la infancia.
Ustedes saben que una de las particularidades del régimen de Castro II ha sido la de crear ilusiones. Al parecer, entre esas ilusiones, ha conseguido inventar una falsa disidencia y un falso exilio, para controlar y vigilar a los verdaderos disidentes y al verdadero exilio. Dedico esta medalla a la verdadera oposición, y al exilio intransigente que ha seguido el ejemplo de José Martí. A Laura Pollán y a la Damas de Blanco. A los escritores Guillermo Cabrera Infante, Lydia Cabrera y Reinaldo Arenas, quien escribió: “Era muy difícil ser homosexual y escritor contestatario en Cuba, pero era también molesto ser homosexual en Miami, y anticastrista en Nueva York”. Yo añadiría que es muy difícil ser una escritora anticastrista en Europa.
Dedico finalmente esta medalla a una pareja de cubanos que se encuentra hoy en prisión: Sonia Garro Alfonso y Ramón Alejandro Muñoz, son negros, y ustedes saben cuánto se ha recrudecido el racismo en las últimas décadas en Cuba. Ha debido dejar a su hija, menor de edad, con una tía, en una situación precaria. Todavía no han sido juzgados, sin embargo ya han sido condenados. Se hallan encarcelados y amenazados de muerte en las peores prisiones de Cuba.
Pienso en ellos porque ése hubiera podido ser el destino de mi familia si no hubiera tenido la posibilidad de exiliarme en Francia; le hubiera podido pasar a mi marido, el cineasta Ricardo Vega, disidente en Cuba, y a mí, y a nuestra hija. A ellos les dedico esta medalla. Sobre todo a mi hija, nacida en La Habana y que tuvo la suerte de crecer y educarse en París. A mi madre enterrada aquí, amó París y a los parisinos. Y ellos la amaron. ¡Y ellos nos han amado tanto! ¡Gracias!
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